Manuscrito K

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Manuscrito K

Título Manuscrito K
Autor Sigmund Freud
Año 1896

Páginas 260-266[editar]

Existen cuatro tipos y muchas formas. Sólo puedo establecer una comparación entre histeria, neurosis obsesiva y una forma de paranoia. Tienen diversas cosas en común: son aberraciones patológicas de estados afectivos psíquicos normales: del conflicto (histeria), del reproche (neurosis obsesiva), de la mortificación (paranoia), del duelo (amentía alucinatoria aguda). Se distinguen de estos afectos por no llevar tramitación alguna sino al daño permanente del yo. Sobrevienen con las mismas ocasiones que sus afectos- modelo, toda vez que la ocasión cumpla además dos condiciones: que sea de índole sexual y suceda en el período anterior a la madurez sexual (condiciones de sexualidad e infantilismo). La herencia es una condición adicional que facilita y acrecienta el afecto patológico. No creo que la herencia comande la elección de la neurosis de defensa. Existe una tendencia defensiva normal, la repugnancia a guiar la energía psíquica de suerte que genere displacer. Se entrama con las constelaciones más fundamentales del mecanismo psíquico (ley de la constancia), no puede ser vuelta contra percepciones, sólo cuentan contra recuerdo y representaciones del pensar. Es inocua toda vez que se trate de representaciones que en su tiempo estuvieron enlazadas con displacer, pero son incapaces de cobrar un displacer actual diverso del recordado. La inclinación de defensa se vuelve nociva cuando se dirige contra representaciones que pueden desprender un displacer nuevo también siendo recuerdos, como es el caso de las representaciones sexuales. Es que aquí se realiza la única posibilidad de que, con efecto retardado, un recuerdo produzca un desprendimiento más intenso que a su turno la vivencia correspondiente. Para ello sólo hace falta que entre la vivencia y su repetición en el recuerdo se interpole la pubertad. Si se ha de quedar exento de las neurosis de defensa es condición que antes de la pubertad no se produzca ninguna irritación sexual importante, aunque es cierto que el efecto de esta tiene que ser acrecentado hasta una magnitud patológica por una predisposición hereditaria. ¿De dónde proviene el displacer que una estimulación sexual prematura está destinada a desprender y sin el cual no se explicaría una represión? No creo que el desprendimiento de displacer a raíz de vivencias sexuales subsiga a la injerencia casual de ciertos factores de displacer. Con un nivel de libido suficientemente alto, no se siente asco y la moral es superada, y yo creo que la génesis de vergüenza se enlaza con la vivencia sexual mediante un nexo más profundo. Dentro de la vida sexual tiene que existir una fuente independiente de desprendimiento de displacer; presente ella puede dar vida a las percepciones de asco, prestar fuerza a la moral.

La trayectoria de la enfermedad en las neurosis de represión es en general siempre la misma (fórmula canónica del desarrollo de una neurosis):

  1. La vivencia sexual, o la serie de ellas, prematura, traumática, que ha de reprimirse.
  2. Su represión a raíz de una ocasión posterior que despierta su recuerdo, y así lleva a la formación de un síntoma primario.
  3. Un estadio de defensa lograda, que se asemeja a la salud salvo en la existencia del síntoma primario.
  4. El estadio en que las representaciones reprimidas retornan, y el la lucha entre estas y el yo forman síntomas nuevos, los de la enfermedad propiamente dicha; o sea un estadio de nivelación, de avasallamiento o de curación deforme.

Las diferencias principales entre las diversas neurosis se muestran en el modo en que las representaciones reprimidas retornan; otras se muestran en el modo de la formación del síntoma y del decurso. El carácter específico de las diversas neurosis reside, empero, en cómo es llevada a cabo la represión.

Neurosis obsesiva: aquí la vivencia primaria estuvo dotada de placer, fue activa (en el varón) o pasiva (en la niña), sin injerencia de dolor ni asco, lo cual en la niña presupone una edad mayor (8 años)- esta vivencia, recordada después, da ocasión al desprendimiento de displacer; al comienzo se genera un reproche que es conciente. Y aun parece que en ese momento el complejo psíquico íntegro, recuerdo y reproche, fuera conciente. Luego ambos son reprimidos y a cambio se forma en la conciencia un síntoma contrario, algún matiz de escrupulosidad de la conciencia moral. La represión puede sobrevenir por el hecho de que el recuerdo placentero, en sí mismo, desprenda displacer en la reproducción de años posteriores. Pero también puede ocurrir de otro modo: se descubre a una edad muy temprana, años antes de la vivencia de placer, una vivencia puramente pasiva; y es difícil que ello sea casual. Sería condición clínica de la neurosis obsesiva que la vivencia pasiva cayera en época tan temprana que fuera capaz de estorbar la génesis espontánea de la vivencia de placer. La fórmula sería: displacer- placer- represión.

Lo decisivo son las constelaciones temporales recíprocas entre ambas vivencias, y entre ellas y el punto temporal de la madurez sexual.

En el estadio del retorno de lo reprimido se verifica que el reproche retorna inalterado, pero rara vez de suerte de atraer sobre sí la atención; durante cierto lapso aparece como una conciencia de culpa pura carente de contenido. La represión es el producto de un compromiso, correcto en lo tocante a afecto y categoría, falso por su desplazamiento temporal y sustitución analógica. El afecto- reproche puede, por diversos estados psíquicos, mudarse en otros afectos que luego entran en la conciencia con más nitidez que él mismo. El yo conciente se contrapone a la representación obsesiva como algo ajeno: según parece, le deniega creencia con ayuda de la representación contraria, formada largo tiempo antes, de la escrupulosidad de la conciencia moral. El estadio de la enfermedad es ocupado por la lucha defensiva del yo contra la representación obsesiva, lucha que crea incluso síntomas nuevos, los de la defensa secundaria. Como cualquier otra representación, la obsesiva es combatida en el orden lógico, aunque su compulsión no se puede solucionar. Así se llega aquí a la formación de tres clases de síntomas:

  1. el síntoma primario de la defensa: escrupulosidad de la conciencia moral.
  2. Los síntomas de compromiso de la enfermedad: representaciones obsesivas o afectos obsesivos.
  3. Los síntomas secundarios de la defensa: obsesión caviladora, obsesión de guardar, dipsomanía, obsesión ceremonial.

Me hago un reproche por causa de un suceso, temo que otros estén al tanto, por eso me avergüenzo ante otros. Toda vez que el primer miembro de esta cadena está reprimido, la obsesión se arroja sobre el segundo o el tercer y da por resultado dos formas de delirio de ser notado, que, no obstante, pertenecen en verdad a la neurosis obsesiva. El desenlace de la lucha defensiva, si es que lo hay, acontece mediante una manía general de duda o mediante la plasmación de una existencia extravagante con innumerables síntomas de la defensa secundaria. Una cuestión a averiguar es si las representaciones reprimidas retornan en sí y por sí, sin el auxilio de una fuerza psíquica actual, o bien, han menester de esa ayuda para cada oleada de retorno. Mis experiencias apuntan a la segunda alternativa. Parece que son estados de libido actual insatisfecha los que aplican su fuerza de displacer para despertar el reproche reprimido. Acontecido este despertar, y generado un síntoma por la injerencia de lo reprimido sobre el yo, la masa de representaciones reprimidas sigue trabajando de manera autónoma, pero en las oscilaciones de su espesor cuantitativo permanece siempre dependiente del monto de la tensión libidinosa en cada caso; una tendencia sexual que no tiene tiempo para devenir displacer porque es satisfecha permanece inocua. La curación de la neurosis obsesiva se obtiene deshaciendo las sustituciones y las mudanzas de afecto halladas, hasta que el reproche primario y su vivencia queden despejados y puedan serles presentados al yo a fin de que los aprecie de nuevo. Las representaciones reprimidas subsisten y entran desinhibidamente en las más correctas conexiones de pensamiento, pero el recuerdo en sí es despertado también por meras asonancias.