Introducción: Carta Apostólica Laetamur Magnopere y Constitución Apostólica Fidei Depositum

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El Catecismo de la Iglesia Católica es un documento que fue redactado en un proceso que duró casi veinte años y en el cual participaron muchos de sus integrantes. Su historia y espíritu quedan plasmados en estos dos documentos que se encuentran en la introducción del Catecismo y en los que vale la pena reflexionar.

La Constitución Apostólica Fidei Depositum[editar]

La Constitución Apostólica Fidei Depositum, redactada por Juan Pablo II y dada a conocer el 11 de octubre de 1992, durante el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, dio a conocer la primera versión del Catecismo de la Iglesia Católica. En su introducción, que precisamente comienza con la frase en latín que le da título, (Fidei Depositum, el depósito de la fe) nos habla el Papa de feliz memoria acerca del proceso del cual surgió el Catecismo, presentado como uno de los numerosos frutos del Concilio Vaticano II. "Conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo" (FD 1, párrafo 1). Esta frase deja clara la auténtica misión de la Iglesia en su caminar por la historia, y es por ello que precisamente el Concilio Vaticano II tenía como propósito "hacer patente la misión apostólica y pastoral de la Iglesia, y conducir a todos los hombres mediante el esplendor de la verdad del Evangelio, a la búsqueda y acogida de Cristo que está sobre toda cosa" (FD 1, párrafo 1). La misión rectora de la existencia de la Iglesia inspiró la obra del Concilio y el Papa, como padre conciliar activo en aquella época, hace en los siguientes párrafos una memoria de las actividades del mismo. El principal impulsor del proyecto, el Papa Juan XXIII, consideró que a diferencia de anteriores concilios (en especial la referencia directa del anterior Concilio Ecuménico, el Vaticano I) que comenzaron condenando los errores de cada época (cf FD 1,párrafo 2) sino que debía "dedicarse a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe" (FD 1, párrafo 2). En el discurso inaugural del concilio el Papa lo expone claramente:

Que el mayor interés del Concilio como depósito de la doctrina cristiana sea la eficaz custodia y enseñanza de la misma. Esta doctrina abarca al hombre integral, compuesto de alma y cuerpo, y a nosotros que habitamos esta tierra es nuestra guía en el peregrinaje a la Patria Celeste. [...] Confiamos que la Iglesia, iluminada por la luz de este Concilio, crecerá en riquezas espirituales, cobrará nuevas fuerzas y mirará sin miedo el futuro. [...]; debemos dedicarnos con alegría, sin temor, al trabajo que exige nuestra época, prosiguiendo el camino que la Iglesia recorre hace veinte siglos. (Juan XXIII, 1962, párrafo 5)

El difícil y memorable tránsito del Concilio, interrumpido por la muerte del Papa Juan XXIII y terminado por su sucesor Pablo VI. hasta el final del Concilio sus trabajos captaron la atención de los medios de comunicación y se generaron amplias expectativas; sus resultados a veces fueron recibidos con beneplácito por parte de la sociedad y a veces con rechazo. Pero sin lugar a dudas el objetivo primario del Concilio, la actualización del depósito de la fe para enfrentar al mundo contemporáneo, fue logrado de manera adecuada. Sin embargo, aunque el trabajo de los Padres Conciliares había terminado, era necesario que los frutos del Concilio fueran dados a conocer a toda la Iglesia:

El Concilio, antes de terminarse, debe llevar a cabo una función profética y traducir en breves mensajes y en un idioma más fácilmente accesible a todos la "buena nueva" que ha elaborado para el mundo y que algunos de sus más autorizados intérpretes van a dirigir de ahora en adelante, en vuestro nombre, a la humanidad entera.(Pablo VI, 1965, párrafo 5)

El trabajo del Concilio continuó con el mismo Pablo VI y sus sucesores, además del trabajo de renovación que lentamente fue realizado por la Iglesia desde entonces. Sus resultados fueron analizados en el Sínodo de los Obispos

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